Esta entrada está escrita hace tiempo ... Pero por unas cosas o por otras (y por tanta ausencia) nunca la publiqué.
Permitidme la broma fácil...
Permitidme la broma fácil...
Sir Sean Conrery es Bond, James Bond
Dentro de nada es 14 de febrero, día del amor, qué mejor que planear una escapada a la ciudad del amor. Este restaurante es un valor seguro.
La realidad es que el restaurante se llama Chez Bon y no está en Londres como 007 sino en París.
Y la realidad más real es que yo lo conocí siendo Chez Bon pero ahora se llama Bon a secas.
Su web es de diseño, como la casa, pero no hace justicia a lo que uno se encuentra cuando llegamos al 25 Rue de la Pomp y vemos el BON.
Otra joya de arquitectura genial y arrogante diseño de mi adorado e inimitable favorito Philippe Starck.
Ya he hablado de algunas cosas suyas que conozco y me alocan: Delano Hotel en Miami y Ramses Life & Food en Madrid
Pues el Bon no va a ser menos... ¡¡Derroche de talento pordios!!
Y si a esto unimos una cocina francesa exquisita de la muerte y lo aderezamos con famos@s guap@s del mundo de la moda, el Bon se convierte en imprescindible para todo el que quiera disfrutar de la verdadera experiencia francesa: lujo, glamour, arte y belleza, mucha belleza.
C'est la vie!!
No es la discreción la mejor palabra para definir la personalidad de Bon, sin embargo, sí hay mucha discreción en el ambiente a pesar del "famoseo" mundial que se da cita en este club-restaurante.
Esta vez, hace ya unos años, no llegamos al Bon de casualidad. Fue un hallazgo premeditado buscando en guías y demás una frase clave: restaurante de moda en París.
El Bon aparecía con ese nombre y los apellidos de: diseño P. Starck, lujoso, lleno de glamour y ambiente VIP.
Con semejante pedigree ¿quién se lo pierde?.
Pues casi casi nosotros... Hicimos una reserva el día antes y cuando llegó la hora, muy tarde, y después de patear Rue de Faubourg Saint-Honoré y visitar el Louvre, nos apeteció entre cero y nada acicalarnos para ver y ser vistos en semejante Chez.
Total que llamamos para cancelar y reservar otro día y a la amable contestación de: lo siento Monsieur pero el restaurante y club están completos todo el fin de semana... decidimos que había que mover el trasero y subirse a los tacones.
Nos fuimos caminando; el hotel boutique, una monada de las pocas que Melia conserva con gusto, estaba cerca (creíamos).
Nos perdimos... Así que después de jurar en arameo y echar de menos las Converse, nos indicaron que: oh oui oui oui le Chez Bon no estaba muy lejos de allí después de callejear un buen rato...
Es tan, tan... TAN... que te olvidas de todo desde que entras, te sonríen (sé, mis queridas amigas Belén, Cinti y seguro que alguna más, que tenéis vuestros más y menos con los gabachos pero no sé porqué, yo los encuentro educados y encantadores o al menos lo son conmigo) te preguntan que tipo de mesa deseas y te conducen a ella con elegancia sobria. Me fascina su savoir-faire.
La mesa, había poco donde elegir ya, era una especie de gran mesa que compartimos con una preciosísima pareja tan extranjera como nosotros.
En el Bon hay diferentes ambientes, muy habitual en las estructuras de diseño de P. Starck.
Todos con marcadas señas de identidad bien diferentes.
Mesas para compartir, exclusivos apartados reservados, zona de biblioteca, el jardín terraza para fumadores, cristales y transparencias llenas de luz o esquinas llenas de sombras y lámparas a medio gas.
Todo con una cuidada precisión para jamás caer en el peligroso horterismo del "quiero y no puedo".
Tanto Philippe Starck como el Bon quieren y pueden.
No hay manteles, algo de agradecer en ciertos sitios donde el suelo y los tacones de las damas son dignos de ser admirados, la cristalería es simple, la cubertería minimalista y los platos cada uno de su padre y de su madre ¡Y olé!
¡Claro! Hay que pedir champagne... Lo demás sería atentar contra un posible momento de vanidad absoluta.
Hay vinos deliciosamente caros con los que quedar de cine con el sumiller, pero en mi caso no me gustan ni caros ni baratos así que, burbujitas para acompañar la estancia allí rodeados de gente muy alta y muy guapa.
Cenar con la pasarela de París alrededor es un plus, para todo, incluida la humildad...
Antes he dicho que la cocina es exquisita... A ver, lo imagino porque no lo recuerdo...
No por nada, sólo porque yo no tengo ni idea de cocina, no soy gourmet ni sabia experta culinaria y mucho menos soy gastroblogger.
A mi con que me den un buen foie gras (que casi casi apuesto y no pierdo que lo pedimos de entrada) con alguna confitura que a mi paladar le parezca exquisita y pan de nueces y pasas para "untar", ya me tienen ganada.
Imagino sobre la mesa alguna ensalada con queso de cabra y algún otro ingrediente sorpresivo. Seguramente mi segundo consistiría en algo de pato, me encanta el pato (si lo pienso... no)
Así que ya sabéis, a l@s que os digo que os quiero "un egg de pato" es que os quiero mucho y si añado "de pato chino" es que os quiero una barbaridad.
El año pasado 2011, septiembre, reservamos en el Bon, en el Club, peeeero, como descubrimos Le Matignon a cinco minutos caminando de nuestro hotel y nos gustó tanto, no fuimos, excusa perfecta para volver a París y darnos el capricho en el Bon de nuevo, claro que el año pasado también descubrimos otra joya gastronómica con un plus maravilloso: Rafael Nadal. Será objeto de otro post.
Ainsss ¡Tanto para disfrutar y degustar en París de día y de noche que no hay horas!
Pues eso es, París me gusta. Pero no me gusta desde siempre. Es curioso.
La primera vez que fui a París odie la ciudad, no le veía ninguna gracia a avenidas gigantescas, no encontré el glamour por ningún lado y eso, querid@s mí@s, que nos alojamos en uno de los hoteles con más solera, encanto y rancio abolengo no sólo de Europa sino quizás del mundo (dejando fuera el hotel más caro del mundo que conozco y jamás entraría en disputa por rancio abolengo... Burj Al-Arab en Dubai) con lobby y salones de películas famosas y habitación con vistas a la Tour Eiffel, el Gran Hotel de París (curiosamente lejos de ser para mi un Dolce Far Niente).
Mi querida Aran, esto te lo dedico con amor: hubo un tiempo en el que no me gustó París...
Mi querida Aran, esto te lo dedico con amor: hubo un tiempo en el que no me gustó París...
Qué importante es no sólo donde uno habite sino como lo habite. El estado de ánimo hace un gusto. Y desde hace unos años París es una de mis ciudades de estado de ánimo 10.
También es verdad que París bien vale una misa y una buena Visa.
Miss A